SUFRIDORA, PERO FUERTE

Silvia de Suecia, una vida de luces y sombras: infidelidades, nazismo, crisis familiares...

Debajo de las joyas y las tiaras se esconde una mujer de gran tesón que ha luchado por sacar adelante a su familia a pesar de que en más de una ocasión no le han faltado motivos para tirar la toalla.

Juan Salgado 23 Diciembre 2018 en Bekia

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Galería: La Familia Real Sueca en la gala de entrega de los Premios Nobel 2018

"No es fácil ser Reina". Esa es la frase que, grabada en un cojín, preside el despacho de una de las reinas más queridas de Europa y que esta ha visto prácticamente todos los días desde que en 1976 pasase de plebeya a Reina en cuestión de horas. No es fácil, sin duda, pero Silvia de Suecia ha sabido lidiar con mayor o menor fortuna con los numerosos avatares que la vida le ha deparado...

Unos orígenes familiares problemáticos

Silvia Renata Sommerlath nació el 23 de diciembre de 1943 en la localidad alemana de Heidelberg, lugar de origen de su progenitor y a donde la familia se había trasladado unos años antes desde São Paulo, ciudad donde se crió su madre. Hija del empresario Walter Sommerlath y la dama de la alta sociedad brasileña Alice Soares de Toledo, vivió sus primeros años condicionados enormemente por la Segunda Guerra Mundial.

El conflicto terminó cuando Silvia tenía dos años y fue entonces cuando sus padres decidieron volver a la ciudad brasileña de donde era originaria su madre. Allí permanecerían hasta 1957, cuando volvieron a una Alemania que para entonces ya se encontraba dividida en dos mitades separadas por el trágicamente famoso Muro de Berlín.

Los Sommerlath vivían de manera holgada gracias al éxito de la empresa que regentaba el cabeza de familia, pero pasado el tiempo se descubrió que "no es oro todo lo que reluce". En 2002 se publicaron por primera vez unas informaciones en la prensa sueca según las cuales Walter Sommerlath había pertenecido al Partido Nazi y su empresa había sido confiscada a un judío que tuvo que huir de Alemania.

Tal noticia, como era de esperar, generó un gran revuelo y pilló por sorpresa incluso a su propia hija (quien para entonces ya era reina consorte). "Al principio fue un shock, pero cuando vi las pruebas tuve que aceptarlas", declararía. Tras varias investigaciones se descubrió que la información era cierta, pero Silvia ha seguido defendiendo la honorabilidad de su padre a pesar de todo: "No intento desmentirlo, pero habría que preguntarse realmente por qué lo hizo. Mi padre, como muchos otros, no sabía lo que pasaría luego. De haberlo sabido, no creo que lo hubiera hecho".

Una historia de amor de cuento de hadas

A principios de los años 60, la benjamina de los Sommerlath se graduó en sus estudios de idiomas, especializándose en el castellano pero con un sobresaliente dominio en otros tres: alemán, portugués y francés. A estos habría que unirle más adelante el sueco y también el lengua de signos.

Fueron precisamente sus habilidades lingüísticas y su belleza lo que la llevaron a ser elegida como intérprete y azafata por el Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 en dicho evento. Lo que ella no sabía cuando empezó este trabajo era que durante dichas olimpiadas conocería a su particular príncipe azul.

Se trataba del Príncipe Carlos Gustavo de Suecia, nieto del Rey Gustavo VI Adolfo y heredero al trono de dicho país debido al fallecimiento de su padre. Podría decirse que fue amor a primera vista, ya que posteriormente él declararía ante la prensa: "He conocido a esta joven y sencillamente me ha hecho click".

El por entonces Rey de Suecia nunca permitiría un matrimonio entre su heredero y una plebeya, pero su muerte en 1973 precipitó los acontecimientos. El Príncipe Carlos Gustavo ascendió al trono y, motivado por el deseo de compartir el peso de la Corona con alguien, continuó viéndose con Silvia hasta 1976. Ese fue el año en el que anunciaron su compromiso matrimonial e hicieron historia: se trataría de la primera boda de un monarca reinante en Suecia desde 1797.

El tan ansiado 'sí, quiero' se celebró el 19 de junio de 1976 en la Catedral de San Nicolás de Estocolmo. La novia llevaba un sencillo pero exclusivo diseño de Marc Bohan para Christian Dior cubierto por un velo perteneciente a la Familia Real Sueca, al igual que la maravillosa joya que coronaba todo el conjunto. Se trataba de la Tiara de Camafeos, heredada de la Emperatriz Josefina Bonaparte y compuesta por cinco camafeos engastados en oro rojo y rodeados de perlas.

Su elección no fue excesiva, ya que para ella ese día marcaría un antes y un después: entró en el templo siendo Silvia Sommerlath y dos horas después salió de él convertida en Su Majestad la Reina Silvia de Suecia. Algo prácticamente insólito para una persona que obtuvo la nacionalidad sueca solo un día antes, tras poco más de un mes de estancia en el país (cuando normalmente se necesitan siete años).

Una nueva y difícil etapa que concluyó en éxito

El escaso conocimiento del país y la falta de un referente a seguir (su suegra había fallecido en 1972) hicieron muy complicados los primeros años de la nueva consorte. Ella misma reconocería años después que se sintió muy sola y un tanto perdida: "No tenía a nadie cerca para decirme cuáles debían ser las tareas de una reina".

Por suerte para ella, sus súbditos le brindaron su apoyo desde el primer momento. Algo que puede ilustrar la siguiente anécdota: un día, durante uno de sus primeros actos públicos, Silvia confesó de manera informal que pasaba mucho frío y al día siguiente recibió 70 bufandas en el Palacio Real (muchas de ellas tejidas a mano). Sin duda algo que siempre llevará en su corazón: "Suecia ha sido algo muy positivo para mí y siempre he apreciado la amabilidad, la discreción y la capacidad organizativa de los suecos".

La única referencia que su marido le dio en cuanto a su labor fue: "Di lo que piensas y explica lo que vas a hacer". Silvia se lo tomó al pie de la letra y rápidamente se puso manos a la obra en las numerosas tareas que se esperaban de ella. Aunque no quizás de la manera que se esperaba, porque por ejemplo a los miembros de la Corte les sorprendió mucho por aquel entonces que la nueva reina les solicitase una máquina de escribir para poder encargarse ella misma de sus asuntos.

Poco a poco fue cogiendo soltura en su papel pero - basándose en la libertad de actuación que le había dado el rey - decidió no limitarse únicamente a acompañarle en los actos, sino que se involucró en numerosas causas sociales y a día de hoy brinda su apoyo a más de 30 instituciones. Es la fundadora, entre otras, de World Childhood Foundation (dedicada a mejorar las condiciones de vida de los niños en todo el mundo), de International Mentor Foundation (cuyo objetivo es la lucha contra la drogadicción) o The Silvia Home (una red de centros de formación para cuidadores de personas con demencia).

Un cuento de hadas convertido en pesadilla

El Rey Carlos Gustavo, ya desde su época como heredero, había tenido siempre fama de ser un hombre con una gran afición por la compañía del sexo contrario y, lejos de conformarse con su devota esposa, nunca dudó en llevar una vida poco digna respecto a lo que se esperaba de él fuera del Palacio Real.

Los rumores de infidelidades por su parte acecharon al matrimonio casi desde el principio, pero fue durante los años 90 cuando estos cobraron más fuerza. Se llegó incluso a asegurar que era cuestión de tiempo que se produjese una separación y esa es precisamente una de las pocas cosas que consigue invertir la sempiterna sonrisa de la Reina Silvia, quien en 2003 se mostró muy indignada en una entrevista: "A nadie que esté felizmente casada le apetece leer que su matrimonio ha entrado en crisis y está en vías de separación".

Nada de lo que se sabía hasta entonces era comparable a lo que llegó en 2010 con la publicación del libro 'El monarca reticente', en la que se desgranaban de manera pormenorizada las relaciones extraconyugales de Carlos XVI Gustavo: desde su afición a los clubes de alterne hasta su relación con la cantante Camilla Henemark.

El asunto alcanzó unas dimensiones que obligaron al monarca a conceder una rueda de prensa en la que declaró: "No he leído el libro, pero sí he leído algunos titulares que no han sido agradables. He hablado con mi familia y con la reina. Pasamos página y miramos adelante porque, tal como lo entiendo, estos asuntos ocurrieron hace mucho tiempo".

Uno de los capítulos sin duda más escabrosos fue aquel en el que se narraba cómo en más de una ocasión la propia Silvia había tenido que ir personalmente a los clubes para llevarse a su marido de vuelta a casa. Curiosamente, él ni lo afirma y ni lo desmiente cuando se le pregunta si alguna vez ha estado en un establecimiento de ese tipo: "Depende de qué se entienda por club de alterne. Hay algunos restaurantes donde algunas camareras están más o menos vestidas. No están desnudas. Es una cuestión de definición".

Sea como fuere, esa separación nunca llegó y en 2016 los reyes suecos celebraron sus 40 años de matrimonio en compañía de su familia y habiendo disipado cualquier atisbo de duda sobre su relación. La vejez les aportaría la serenidad suficiente para reconducir sus vidas y marcarse dos prioridades: la Corona y la familia.

Reina sí, pero madre y abuela ante todo

Al igual que en el caso de su homóloga y amiga la Reina Sofía, la consorte sueca en más de una ocasión a lo largo de estos años ha antepuesto su papel de madre al de reina. Aunque a diferencia de la esposa de Don Juan Carlos, en este caso podría decirse que estaba en cierto modo más justificado.

Los Príncipes Victoria, Carlos Felipe y Magdalena nacieron con muy pocos años de diferencia y aunque llenaron de felicidad a sus padres, estos no pudieron disfrutar de ellos tanto como les gustaría. Esa es sin duda una de las espinas que la Reina Silvia todavía tiene en su corazón: "En nuestro caso no existía el permiso de paternidad o maternidad. Necesitábamos encontrar la manera de combinar el cuidado de nuestros hijos con las obligaciones reales. Intenté estar presente en todo lo que pude, pero no fue fácil dejar a los niños llorando. Nosotros, como tantos otros con una existencia agitada, sentimos que no hemos sido suficiente para nuestros hijos".

Los tres hermanos Bernadotte necesitaron además un tipo de educación especial debido a que, en mayor o menor medida, todos ellos sufrieron de dislexia. Un trastorno que heredaron del Rey Carlos Gustavo y con el que tuvieron que lidiar no sin dificultades. Afectó especialmente a la Princesa Victoria, que según ella misma reconoce, llegó a pensar que "era estúpida y lenta".

La Princesa Heredera no solo veía sus capacidades limitadas por la dislexia, sino que a eso hubo que añadirle un trastorno de prosopagnosia (incapacidad para reconocer o recordar los rostros) y años más tarde padecería además desórdenes alimenticios en forma de anorexia. El apoyo de su madre fue clave en cada uno de estos momentos, forjándose entre ellas un vínculo inquebrantable y a prueba de cualquier contratiempo.

A diferencia de la primogénita, los príncipes Carlos Felipe y Magdalena destacaron siempre por una actitud mucho más rebelde e inconformista. En más de una ocasión supusieron un desvelo para sus padres, pero fue en 2010 cuando se podría decir que los Reyes de Suecia sufrieron su particular 'annus horribilis': a la publicación de la polémica biografía del monarca hubo que sumar la ruptura de la Princesa Magdalena y el abogado Jonas Bergström tras 8 años de relación (a causa de las presuntas infidelidades de él) y el inicio de la nueva relación del Príncipe Carlos Felipe y la concursante de realities Sofia Hellqvist.

Hoy todos ellos son padres de familia que han sentado cabeza y han hecho a los reyes el mejor regalo posible en forma de nietos. Todo lo que Carlos Gustavo y Silvia no pudieron disfrutar de sus hijos, lo hacen ahora con sus siete nietos. Por ellos la reina es capaz de liberar su agenda y cruzar el Atlántico en avión si es necesario. Ella es reina, pero ante todo esposa, madre y abuela.

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