PRIMOS DE ISABEL II

Los Gloucester, los royals británicos cuyo destino ha estado marcado por la tragedia

Problemas de salud, accidentes, muertes inesperadas... La vida del Príncipe Ricardo ha sido el resultado de una serie de infortunios de los que aún así se sobrepuso por el bien de la Corona Británica

Juan Salgado 26 Agosto 2019 en Bekia

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A diferencia de la Familia Real Española, reducida a los Reyes y sus hijas, la Familia Real Británica es tan extensa que incluye no solo a Isabel II y sus descendientes directos, sino tambiñen a muchos de sus parientes cercanos. Eso sí, no todos gozan de la misma cobertura mediática y, mientras que unos acaparan titulares día sí y día también, otros podría decirse que pasan totalmente desapercibidos.

Ese es el caso de los Gloucester, apenas conocidos para el gran público debido a que únicamente se dejan ver en actos familiares o en los numerosos compromisos oficiales que cumplen en representación de la Casa Real. Ni el Duque de Gloucester, ni su esposa, ni sus hijos han protagonizado ningún escándalo en todos estos años. Sin embargo, la vida de todos ellos ha estado condicionada por una serie de fatídicos acontecimientos que marcaron para siempre el destino de la familia.

Un matrimonio forzado en la prosperidad y forjado en la adversidad

El Príncipe Ricardo de Gloucester, actual líder de esta rama familiar perteneciente a los Windsor, es nada más y nada menos que primo-hermano de la actual soberana. Su padre era el Príncipe Enrique, hermano menor del Rey Jorge VI (padre de Isabel II) e hijo a su vez del Rey Jorge V. Pero no solo tienen en común la sangre real, sino que da la casualidad que la Reina y su primo descienden ambos de la nobleza escocesa.

La madre del Príncipe Ricardo era Lady Alicia Montagu Douglas Scott, hija del Duque de Buccleuch y de Queensberry; uno de los miembros más influyentes de la aristocracia de Escocia y miembro del Parlamento Británico. No formaban parte de la realeza, pero su buena posición social permitió que el Príncipe Enrique y Lady Alicia se comprometiesen en agosto de 1935, casándose el 6 de noviembre de ese mismo año. Se trató de una unión totalmente forzada, ya que el hijo de Jorge V tenía 35 años, seguía soltero y sin perspectivas de encontrar nada mejor.

El fatídico destino hizo que el padre de la novia falleciese poco menos de un mes antes de la boda, por lo que todo lo planeado para la ceremonia tuvo que ser modificado. En lugar de casarse en la Abadía de Westminster (como es propio de los miembros de la Familia Real Británica), tuvieron que hacerlo en la mucho más deslucida capilla del Palacio de Buckingham. Además, debido a que Lady Alicia era considerada una novia "tardía" a sus 33 años, se le impidió vestir de blanco y en su lugar llevó un vestido de tonos rosados.

A pesar de las circunstancias en las que se produjo su unión, los Duques de Gloucester (título que les concedió el Rey Jorge V) tuvieron un matrimonio ejemplar durante décadas y consiguieron crear una entrañable familia con sus dos hijos: el Príncipe Guillermo (1941) y el Príncipe Ricardo (1944). Además, consiguieron permanecer al margen de los numerosos escándalos que sacudieron la Monarquía Británica durante esos años. Lo cual no es poco.

Todo cambió, no obstante, el 30 de enero de 1965. Ese día los Duques volvían a bordo de su propio coche de asistir al funeral del ex Primer Ministro Winston Churchill cuando, de manera totalmente inesperada, el Príncipe Enrique sufrió un derrame cerebral que le hizo perder el conocimiento y el control del vehículo. Este se estrelló y provocó a su esposa heridas en la cara que requirieron más de 50 puntos de sutura.

Quien se llevó la peor parte en dicho accidente fue el tío de la Reina Isabel II, puesto que nunca se recuperaría de las secuelas del derrame que había provocado el descarrilamiento. Además, a este le siguieron una serie de ataques cerebrales más durante los años siguientes que acabaron por dejarle totalmente incapacitado, sin poder moverse ni hablar. Su esposa, eso sí, permaneció siempre a su lado con la esperanza de que algún día le contestase.

La inesperada muerte del heredero

El Príncipe Guillermo de Gloucester era en aquellos tiempos un auténtico galán y su imagen se asemejaba más a la de cualquier actor del cine clásico hollywoodiense que a la de un miembro de la realeza británica. Lo tenía todo: era popular, querido por el pueblo, con una carrera brillante (estudió en las universidades de Cambridge y Stanford) y un prometedor trabajo en la diplomacia. Pero le faltaba una cosa: encontrar a una esposa digna de convertirse en la futura Duquesa de Gloucester.

En los años 60 fue enviado por la Oficina de Exteriores británica a trabajar a la Embajada en Tokio y allí conoció a la que sería el gran amor de su vida: Zsuzsi Starkloff. Una azafata y modelo de origen austrohúngaro mucho mayor que él, divorciada en dos ocasiones y con dos hijos. Es decir, todo lo que la Familia Real rechazaba de pleno. Desde el primer momento los Duques de Gloucester y la Reina mostraron su firme oposición a esta relación y, de hecho, llegaron a enviar a la Princesa Margarita de viaje oficial a Japón para que intentase disuadir a su primo de casarse con Starkloff. Pero no lo consiguió.

Lo mejor que se les ocurrió fue cesarle de sus funciones y mandarlo de vuelta a Reino Unido para poder ejercer allí un control más exhaustivo sobre esa relación tan impropia bajo su punto de vista. No obstante, tal y como reveló la propia Zsusi Starkloff años después, siguieron viéndose hasta la muerte del Príncipe Guillermo el 28 de agosto de 1972.

Ese día, el hijo de los Duques de Gloucester iba a competir en el Trofeo Aaéreo Internacional Goodyear que se celebraba cerca de Birmingham. Era un piloto experimentado y no era de lejos la primera vez que participaba en una de estas competiciones, pero aún así nada pudo hacer por mantener el control de su avioneta cuando ésta empezó a perder altitud en pleno vuelo. Al final acabó estrellándose contra un árbol y explotando a causa del impacto. No se pudo hacer nada por salvar la vida del Príncipe Guillermo, quien tan solo tenía 30 años.

La muerte del joven príncipe supuso un shock para toda la Familia Real Británica y sobre todo para el Príncipe Carlos, a quien estaba muy unido y del que le separaban únicamente siete años de diferencia. Es más, se dice incluso que el nombre del primer hijo que tuvo con Lady Di es un homenaje a su fallecido primo.

El Príncipe Ricardo: de arquitecto a Duque

El Duque de Gloucester no fue consciente de la muerte de su primogénito, ya que su esposa fue incapaz de comunicárselo y para entonces su mente ya estaba bastante alejada de la realidad. De hecho, murió al poco tiempo, el 14 de junio de 1973 a los 74 años. El encargado de sucederle fue su hijo pequeño, el Príncipe Ricardo, quien no había sido preparado para ser el cabeza de familia y tras la repentina muerte de su hermano mayor se vio obligado a asumir su puesto.

El Príncipe Ricardo había tenido la oportunidad de elegir la carrera que él quería, puesto que no estaba destinado a heredar el título de su padre. Fue educado primero en palacio por institutrices y luego asistió a la Wellesley House School y a Eton College. En 1963 se matriculó en Arquitectura en el Magdalene College (Cambridge) y se convirtió al terminar en uno de los pocos royals de su generación con carrera y título universitario. No solo eso, sino que además ejerció su profesión durante varios años. Primero como becario en el Grupo de Desarrollo de Oficinas del Ministerio de Obras Públicas y posteriormente como socio asociado de la firma de arquitectos londinense Hunt Thompson Associates.

Pero la muerte del Príncipe Guillermo le obligó a renunciar a su sueño de vivir discretamente dedicado a la arquitectura como una persona anónima y, una vez fallecido su progenitor, Ricardo se convirtió en Duque de Gloucester, Conde de Ulster y Barón Culloden. Unos títulos que él nunca deseó pero que por obligación tuvo que asumir. Por suerte, tenía a su lado a la mujer ideal para acompañarle en esta nueva etapa.

Birgitte van Deurs era una danesa, hija de un abogado y una ama de casa divorciados, a la que conoció cuando ambos estudiaban en la Universidad de Cambridge. En este caso, la Familia Real no puso tantos impedimentos como con su hermano mayor, por lo que pudieron comprometerse sin grandes problemas. Eso sí, la boda casi se ve truncada por la muerte del Príncipe Guillermo solo seis semanas antes. Decidieron continuar adelante y el 8 de junio de 1972 se dieron el 'sí, quiero' en la iglesia parroquial de St. Andrews (Northamptonshire). A la ceremonia no acudieron ni la Reina ni el padre del novio, quien moriría al poco tiempo.

Sus planes de formar una familia casi anónima y vivir cada uno de sus respectivas profesiones (él como arquitecto y ella como economista) nunca llegaron a cumplirse, pero al menos sí consiguieron formar una familia medianamente ajena a los focos con sus tres hijos: Alexander (1974), Davina (1977) y Rose (1980). Durante años han vivido en el Palacio de Kensington, pero tras los matrimonios de sus retoños los Duques de Gloucester consideran que su apartamento se les queda grande y en el verano de 2019 anunciaron su decisión de mudarse a otro más pequeño dentro del mismo recinto.

En lo que respecta al trabajo, su condición de miembros de la Familia Real Británica les impide recibir un salario por parte de una empresa. Pero los Duques de Gloucester han tenido la suerte de seguir vinculados a sus intereses a través de las fundaciones y organizaciones benéficas a las que prestan su apoyo. Sobre todo en el caso del Príncipe Ricardo, que aparte de colaborar con más de 150 organizaciones (enfocadas principalmente a las causas humanitarias, el medio ambiente y el patrimonio), es miembro del Instituto Real de Arquitectos Británicos y Presidente de la Sociedad Escocesa de Arquitectos y Artistas.

La Duquesa de Gloucester, por su parte, tiene una agenda más reducida y trabaja con 60 organizaciones de ámbitos muy diferentes: las artes, el ejército, el deporte, la salud, el bienestar, la educación... Su grado de involucración es total y le gusta hablar en primera persona con los ciudadanos y asistir a las reuniones para conocer al detalle la más mínima cuestión. Sin duda, un ejemplo inmejorable para las nuevas generaciones de royals de que se puede gozar de una buena reputación (aunque seas menos conocido por ello) gracias a tu trabajo y no solo acaparar la atención mediática por cuestiones tan triviales como la vestimenta o las salidas de tono.

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