El Rey Carlos III ha decidido romper con una de las tradiciones más arraigadas del Palacio de Buckingham: la obligación de vestir completamente de blanco para jugar al tenis en la pista privada del jardín real. A partir de ahora, el blanco será solo "preferible", pero no obligatorio, según ha revelado el Sunday Times. La medida, aunque discreta, supone un cambio significativo en el protocolo palaciego y marca un nuevo paso hacia una monarquía más flexible y contemporánea.
La pista construida en 1919 durante el reinado de Jorge V, ha sido descrita como "la más exclusiva de Londres" por la Royal Collection Trust. En ella han jugado miembros de la familia real, empleados del palacio e incluso leyendas del tenis como Fred Perry, que llegó a enfrentarse al Rey Jorge VI. Hasta ahora, todos los jugadores debían seguir la estricta etiqueta heredada del torneo de Wimbledon, donde el blanco sigue siendo norma inquebrantable.
Aunque Carlos III no es un entusiasta del tenis, ha considerado que esta regla ya no tenía sentido en el contexto actual. El objetivo es que tanto empleados como invitados puedan disfrutar del deporte sin la presión del protocolo, y que puedan expresarse libremente a través de su vestimenta. "Es un pequeño gesto, pero muy representativo del enfoque más relajado que el Rey está adoptando en muchas áreas de la vida palaciega", ha señalado una fuente cercana al palacio.
En contraste, la Princesa de Gales, Kate Middleton, sí es una apasionada del tenis. Desde 2016 es patrona del All England Lawn Tennis and Croquet Club, organizador de Wimbledon, y ha transmitido su amor por este deporte a sus hijos. Incluso se sabe que el Príncipe George ha recibido clases privadas de Roger Federer.
Más allá del tenis: una monarquía en transformación
Esta relajación del código de vestimenta forma parte de una serie de medidas impulsadas por Carlos III para modernizar el día a día en Buckingham. Entre ellas, destaca la decisión de bajar la temperatura de la piscina climatizada del palacio para reducir el consumo energético, en línea con su compromiso medioambiental. Además, el recinto está inmerso en un ambicioso plan de reformas que se extenderá hasta 2027. Con estos gestos, el monarca busca adaptar la institución a los nuevos tiempos sin renunciar a su esencia. Un equilibrio entre tradición y renovación que, poco a poco, va dejando su sello en la historia de la Casa Real británica.