A sus más de cuarenta años, Luis Díaz ha pasado de las reuniones en multinacionales a la literatura con una primera novela sorprendente: El viudo. Escrita con ironía y sensibilidad, la historia toma la forma de un diario terapéutico y nos introduce en la vida de un ejecutivo de éxito que ha perdido a su esposa, pero no logra compartir ese dolor con nadie. En esta entrevista para Bekia, Díaz comparte el origen íntimo y casual de la obra, su manera de entender el humor como mecanismo de defensa y la dificultad de muchos hombres para afrontar el duelo.

B: ¿Qué tal estás?
L.D : Pues mira, muy feliz, muy contento. La verdad es que estoy disfrutando muchísimo. Yo creo que las primeras veces de algo tan bonito como sacar tu primera novela son momentos irrepetibles. Es verdad que, a nivel personal, sigo haciendo exactamente lo mismo que antes. El día que salió a librerías, llevé a mis hijos al colegio, fui a la oficina, hice la compra por la tarde... Vamos, que no me he empezado a desplazar en alfombra mágica. Pero estoy muy ilusionado. La verdad es que aún no tengo la sensación de que todo esto vaya conmigo del todo. Estoy recibiendo fotos de amigos comprando el libro, a quienes he suplicado que lo adquieran por favor, todo lo que puedan, para que pueda seguir escribiendo. Y creo que empiezo a darme cuenta del "follón" en el que me he metido.
B:¿Cómo estás viviendo la recepción del libro? ¿Has recibido ya feedback?
L.D :Absolutamente. Todo el mundo, desde la editorial hasta mi familia y amigos, están súper orgullosos. Incluso mi hija mayor, al ver la portada con mi foto, me dijo: "Papá, pero qué guapo estás, por favor". Todo e stá siendo muy positivo y yo estoy muy contento y orgulloso. Me parece extraordinario haber llegado a publicar. Lo estoy disfrutando muchísimo. Todavía no me he topado con alguien enfadado que me diga "esto es lo peor que he leído". De momento, todo son buenas noticias. Espero que siga así.
B: ¿De dónde nace la idea del libro?
L.D : La idea surgió como un diario al estilo Bridget Jones, pero desde una óptica masculina. Quería escribir una novela contemporánea que abordase las inquietudes vitales de un hombre entre los 35 y los 45 años. Al principio, el protagonista ni siquiera iba a ser viudo. Pero ocurrió algo inesperado. Estaba con mi hija en una playa de Francia, ella jugaba con un niño desconocido y el abuelo del niño estaba vigilándolos. Fui a hablar con él, ya debía de estar saturado de tanto crío, y me preguntó a qué me dedicaba. Le conté que era financiero, pero que estaba escribiendo una especie de Bridget Jones masculina, ironizando sobre el mundo de la empresa, que es lo que conozco bien.
Me preguntó: "¿Cuál es el estado civil del protagonista?" Le respondí que estaba casado, con hijos, como yo. Y me dijo: "Eso es aburridísimo". Le conté que había una infidelidad, para darle algo de tensión, y me replicó: "Eso es aún más aburrido. Estereotipado total". Entonces me soltó: "¿Y por qué no lo haces viudo?".
Me quedé helado. Pero tenía razón. A partir de ahí se abrió un abanico buenísimo. Quería enfrentar al protagonista a dos extremos: su plenitud profesional, lo van a hacer socio, y su caos personal, acaba de perder a su mujer de forma inesperada. Me pareció brillante.

B:¿Y elegiste un formato de diario dirigido a un terapeuta como estructura narrativa. ¿Por qué?
L.D :La idea del diario viene de Bridget Jones, sí. Pero me parecía un poco forzado que alguien de mi edad, como el protagonista, escribiese un diario tipo "querido diario". Entonces se me ocurrió justificarlo a través de una recomendación terapéutica. Como forma de transitar un duelo. Escribir es liberador. Pensé: ya está, contrato un terapeuta. Me gustaba la idea de que la única decisión racional que toma en medio del caos sea acudir a un psicólogo. Eso me permitió mantener el tono ligero e irónico, pero también incluir reflexiones profundas sobre el trabajo, la vida, las relaciones, las pérdidas. El formato de diario en terapia funcionaba muy bien para eso.
B: ¿Cómo ha sido mezclar temas tan delicados como la muerte, en este caso, la muerte de la esposa del protagonista, con el humor?
L.D : Bueno, la verdad es que siempre he creído, y esto es un rasgo muy personal, que incluso en las situaciones más trágicas hay un punto de humor. No he tenido una vida caótica ni dramática, pero ya tengo una edad y me han pasado cosas habituales en este camino de los cuarenta y pico. En esas situaciones difíciles, hay quien se refugia en la belleza; yo, en cambio, siempre he recurrido al humor. No sé si como mecanismo de defensa o simplemente porque forma parte de mi personalidad. Me parecía interesante que el protagonista, desde su mordacidad, resaltara esa amargura o sorpresa que siente al haberse quedado viudo de forma tan inesperada. El humor también actúa como protección frente a ese dolor tan profundo. Porque este hombre, en realidad, ya venía roto desde antes. La muerte de su mujer lo único que hace es detonar todo lo demás: su amor por ella, su desconexión emocional, y ese vacío que llevaba tiempo gestándose.

B: Has dicho también que el protagonista tiene tu edad, y ciertos rasgos que se te parecen. ¿Hasta qué punto hay elementos autobiográficos en la novela?
L.D : Muchísimos. Evidentemente, la historia es ficción: no he vivido lo que narro. Pero todo lo que rodea al personaje y su universo tiene mucho de mí. La parte más reflexiva, su forma de entender la muerte, las relaciones inacabadas, las conversaciones pendientes, eso es claramente mío. En cuanto a caracterización, estudié en el Liceo Francés, tengo dos hijos, he trabajado toda mi vida en multinacionales... Es decir, todo eso está ahí y me resulta muy fácil darle verosimilitud porque es el mundo en el que me muevo.
B: La novela gira en torno a un duelo en silencio. ¿Por qué decidiste que el protagonista no comunicara la muerte de su esposa?
L.D : Al principio me interesaba mucho esa idea del shock, de que no pudiera verbalizarlo. En esa negación encontré algo muy potente: que no lo diga, que lo oculte. Quería mostrar cómo alguien puede desconectarse tanto entre su vida personal y su vida profesional, y enfrentarlo a dos situaciones extremas. Por un lado, le van a hacer socio de su empresa, una Big Four, y teme que si se enteran de que está atravesando un duelo, le perciban como una persona rota, no válida. Y por otro, él mismo no quiere aceptar que su vida ha cambiado para siempre. Creo que hay ahí una cobardía muy masculina, muy reconocible. Eso le da al personaje profundidad, porque hay algo universal en ese duelo no expresado, en ese dolor en silencio, que me parecía muy interesante explorar. Es, en cierto modo, una epidemia silenciosa de los últimos años.
B: ¿Crees que la masculinidad actual sigue sin herramientas para expresar ese tipo de dolor?
L.D : Creo que sí. Sobre todo los hombres de mi generación, que somos un híbrido. Hemos tenido referencias masculinas muy tradicionales: padres que no expresaban sentimientos porque se les había enseñado que eso era una forma de debilidad. Y aunque ahora la sociedad ha cambiado y las dinámicas emocionales también, seguimos arrastrando muchas de esas limitaciones. Es cierto que ahora los hombres hablamos más de lo que sentimos, o al menos se nos permite hacerlo, pero aún cuesta. Una de las cosas que me interesaban del libro era precisamente mostrar eso: un hombre enfrentado a una presión bruta l, un ejecutor profesional, que en sus páginas de diario se desnuda emocionalmente y se muestra vulnerable. Eso me parecía potente.
B: Vienes del mundo empresarial. ¿Cómo ha influido tu experiencia profesional en la construcción del universo de la novela?
L.D : Totalmente. Llevo más de 20 años trabajando en multinacionales y empecé mi carrera en una Big Four. Evidentemente, no llegué a socio, pero conozco perfectamente ese mundo. Y me parecía que el contraste entre lo personal y lo profesional funcionaba muy bien con un protagonista que es ejecutivo en una gran firma. Podría haber sido médico o arquitecto, sí, porque esa desconexión vital se da en todos los ámbitos. Pero en estas empresas, donde todo es competición desde que tienes veintipocos años, donde hay una jerarquía muy marcada y donde se premia la disponibilidad absoluta, ese contraste se acentúa. Me permitió dotar al personaje de una dualidad muy rica, y además tratar los entornos de manera realista, con mucho detalle y verosimilitud.

B: Algo que llama la atención en la novela son los nombres de los personajes, sobre todo los hijos del protagonista, que se llaman Cataclismo y Cornelius. ¿Por qué usaste esos nombres tan peculiares?
L.D : Es algo muy personal. En mi entorno cercano nunca llamo a nadie por su nombre real : siempre uso apodos cariñosos, graciosos. Es mi forma de hablar con mi mujer, mis amigos, mis padres, mis hijos. En el caso del protagonista, me pasaba algo curioso: cuando hablaba como padre, con esa desnudez emocional, me daba pudor poner los nombres reales de mis hijos. Mi hija se llama Catalina y mi hijo Luis, pero aquí me permití usar esos apodos, Cataclismo y Cornelius, como una especie de capa de protección. Además, encaja con la manera de ser del personaje, que es un tipo mordaz, irónico, a veces cruel. Los apodos a los secundarios también reflejan esa mala leche y esa mirada distorsionada del protagonista, que está en plena transición emocional. Me parecía coherente con su voz narrativa.
B: También hay muchas referencias a películas y libros. ¿Te gustaría que El viudo tuviera una adaptación audiovisual?
L.D : ¡Por favor! Sería un sueño. Todas las referencias culturales del libro están ahí porque soy un cinéfilo y lector empedernido. Y creo que muchos hombres nos expresamos a través de referencias visuales: en lugar de decir "estoy triste", decimos "me siento como cuando se murió la madre de Forrest Gump". Ese lenguaje emocional visual está muy presente en el personaje. Además, cuando releo el libro, lo veo totalmente como una película. Tiene esa estética, esa estructura. Podría ser una comedia dramática al estilo Woody Allen, por ejemplo. Me haría muchísima ilusión. Eso sí: si se adapta, quiero un protagonista cañonazo. Un George Clooney, no bajo de ahí. Aspiramos alto.

B: ¿Qué te gustaría que se llevase el lector al terminar el libro?
L.D : Que haya hecho un viaje emocional. Son diez días en la vida de un hombre roto que empieza a despertar. Creo que muchas personas pueden sentirse identificadas con esa desconexión entre lo profesional y lo personal, o con esa sensación de no haber vivido lo importante a tiempo. El tono del libro es irónico, simpático, nada denso. Creo que puede ser un buen compañero de viaje, y sobre todo, deja una historia de amor muy potente, inacabada y subordinada a otra historia de amor: la del protagonista con su trabajo, con su idea de éxito.
B: ¿Estás escribiendo algo nuevo?
L.D : Sí, ya estoy escribiendo. El viudo deja varias puertas abiertas a una posible continuación. Me interesa explorar cómo evoluciona el protagonista, cómo se enfrenta a nuevos episodios vitales. Ambienté la novela justo una semana antes del confinamiento, de forma muy deliberada, porque quería que una parte transcurriera en París y no me habría funcionado igual después de la pandemia, con todo lo que cambió en las dinámicas laborales. Y ahora me interesa especialmente cómo el protagonista, que es viudo, se enfrenta a la vuelta al mundo de las citas: cómo navega esa segunda vuelta amorosa a los cuarenta y muchos, con mochilas emocionales a cuestas. Tengo muchas ideas y ya estoy escribiendo, así que ojalá pronto pueda contaros más.